lunes, 8 de marzo de 2010

Curioso ensayo.

Breve elogio de la guanábana.

Emprender un elogio frutal demanda severidad. Hay que escribir la verdad sin excederse, sin decaer al ditirambo de la fruta. Hay que recordar que la fruta se pasa, que cuando se pasa ofende la lengua con su sabor dulzón de fermentos y podredumbre. Hay que celebrar la fruta, pero nunca hay que otorgarle ninguna perfección. Hay que elogiarla con elegancia, sin reducirse al panegírico.
   Para elogiar a la guanábana, hay que reconocer primero que es una fruta muy fea. Por su exterior, parece el embrión de un reptil. Parece como que, si se le dejara madurar al sol tropical, le saldrían patas y un hocico y los ciudadanos le podrían llamar entonces cocodrilo. La guanábana, huevo de gran sapo, tiene escamas y la piel gruesa. Nunca, por su exterior, dejaríamos que le hiciera compañía en el frutero a una pera, nunca jamás la dejaríamos a solas con un chabacano. No sabemos qué le haría a una fruta tersa, a una fruta sorosada: quizá la mordiera o la tocara y la hiciera perder su inocencia.
   Para elogiar la guanábana, entonces, hay que elogiarla a solas. Su apariencia la aleja de la comunidad de las frutas. Hay que respetar su aspecto y su lejanía. Podríamos abrirla para hacer su elogio. Por dentro la guanábana es blanca. Su color interno, si nuestras inclinaciones son morales, podría conducirnos a atribuirle bondad. Si la pulpa es como el alma, la blancura inmaculada de la guanábana indica sus altas cualidades. No sólo es blanco el interior de la guanábana. Tiene adentro pepitas negras, envueltas en un película opaca. Las pepitas o huesos, además, son suaves y sueltan un zumo desagradable si uno las muerde. Si nuestras inclinaciones son estéticas, entonces podemos hacer el elogio de la guanábana alabando su interior de claroscuro, su disposición interna de contrastes, las pepitas negras incrustadas en la pulpa blanca, longitudinal y transversalemente en patrón simétrico. No hay estética que no suponga una moral, ni exterior sin relación con su interior . La guanábana, reptil posible, tiene la pulpa, quizá el alma, blanca, pero en su alma blanca hay incrustados huesos negros. Está sola por bondad: por no dar a los otros sus semillas de malignidad. De esta conclusión, podríamos proseguir y comparar las guanábana con el cuento antiguo de la bella y la bestia y con su aplicación romántica, la novela parisina del jorobado. De esta comparación, por sí sola, se puede suponer ya la redención de la guanábana: habrá una fiesta en el frutero en que las frutas recibirán entre ellas a la que hasta ahora está sola. Mientras esa fecha se cumple, hay que elogiar la guanábana por su masedumbre. En las juguerías, establecimientos numerosos, pequeños y deliciosos, se deja cortar por el juguero. No opone resistencia y en cuchillo la separa en dos mitades, dejándola lista para licuar y moler y batir con ella preparaciones diversas. De esas preparaciones las más conocidas son las que se hacen con agua, las que se hacen con leche y un híbrido, el esquimo. Hay que evitar, si se quieren saborear las cualidades espirituales de la guanábana, que el juguero le ponga canela en polvo a sus preparaciones. La canela, como nos informa cierta poesía mexicana modernista, tiene virtudes exóticas, un no sé qué amoroso, que opaca al reptil manso, a la fruta solitaria. El sacrificio de la fruta fea es reconocido por la gente, que pide aguas y licuados de guanábana.
   Se nos dirá que no la piden por eso, sino por su sabor. Contestamos: ¿a qué sabe pues la guanábana? Como la ciencia de los sabores tiene un léxico equívoco, podemos decir que sabe a masedumbre, a sacrificio, a redención. El esquimo de guanábana se deja partir por el cuchillo del juguero  para no madurar, para no hacerse un lagarto y no pervertir a las ciruelas ni a los mangos. 
  


-De Mauricio Sanders en Nostalgia del vapor y otros ensayos nones, pág. 38.

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