(...)
Don Roque, el sacristán, se abrió paso entre la muchedumbre. Venía lleno de polvo y con el pelo en desorden.
-¡Vayánse a sus casas!
La multitud permaneció sorda a la voz de don Roque y el atrio se llenó de fogatas, de cirios encendidos y de rezos. Al amanecer llegaron los habitantes de los pueblos vecinos y la muchedumbre aumentó, se levantó una gran polvareda que se confundió con las preguntas, el humo de las fogatas, los ¡arre burro! y los olores de la comida preparada al aire libre. Grupos de borrachos dormían tirados en el polvo; las mujeres envueltas en sus rebozos reposaban inmóviles.
Los años han pasado y aquella inmensa noche en que velamos la iglesia se aparece en mi memoria con la claridad de una luciérnaga; también como una luciérnaga se me escapa.
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-Fragmento de la novela Los recuerdos del porvenir de Elena Garro.-
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